Comarca de Gordón

[Villarín]

A mi padre, Joaquín Gutiérrez González (Los Barrios, 1927, La Pola 1978), del que nunca me olvido.


AÚN TE SUEÑO

Muy queridísimo padre de recuerdo triunfante, aún te sueño.
Aún eres luz que viene a mí desde las sombras oscuras que se pierden a lo lejos.
Aún te llevo a hombros de mi soledad por los lugares en los que tú ya no estás.
Aún te haces y deshaces, te mueres y renaces en mi abierta sosegada pena.
¡Oh padre de mi alma, que corta fue tu vida, que largo es el silencio!

¿Dónde habitas ahora, es ocaso o es alba?
¿Frescor de descubrimiento? ¿Sombras desveladas?
¿Has visto el áureo murmullo del silencio dialogado?
¿Acaso la Luz varada en el amago de la quietud del vértigo?
Ese lugar ¿es claro, es verde, es gris?
Ese lugar ¿es color hoja de otoño, es rojo ladrillo, es añil?
Por ahí debe andar la eternidad demudada de vasto tedio desteñido.
Tal vez también el Espíritu fecundo que mana rocío virtuoso.
Que a todos ama fuera de espacios y de tiempos.
¡Mirad bien la geografía de ese cielo inexplorado!
Por si albergase en su seno un camino de vuelta.
Allende el tiempo.

Y aunque la muerte a nadie engaña,
Y sé a punto fijo que ese arcón en el que estás metido es ancla,
También sé que el misterio de la brasa está en la ceniza,
Y quizá sea cierto que el búho de Minerva alzó su vuelo en el ocaso.
Nunca, pues, diré: ¡Ay! ¡Qué vana busca! ¡Qué torpe espera! ¡No puede ser!
¡Ay, padre mío! ¿Dónde? ¿Dónde de nuevo nos veremos? Sólo espero…
Esperando abrazarte sin el polvo mortal.
¡No pases de largo como un dulce sueño!

Villarín

[Yosco]

Este poema de estilo epistolar, que comienza con el recurso a la anáfora, eufónico en toda su extensión y con metáforas brillantísimas, está transido de sentimiento contenido, de silenciosa llamada, de recuerdo dialogante. Es un magnífico trabajo, con un hermoso cierre que resume el sentido general del poema de forma coherente. Mi sincera enhorabuena, amigo Villarín, por estos versos impagables.
Salud.

[Villarín]

Una visita al cementerio de La Pola (28/10/1982)

Los días que corren, el tiempo que vence, el fuego que se apaga... Todas las cosas llegan a su apogeo y decaen y mueren; lo pasado no se puede volver a vivir, fuimos niños, jóvenes, envejecemos, morimos... De vez en cuando, pongo en mi memoria a los muertos. Ayer por la tarde, de un día otoñal, visité el cementerio de La Pola, que está cercano a mi casa, para llevar unas flores a mis deudos, que han ido bajando a la fosa. Allí están los que dejaron de estar. El cielo estaba gris, plomizo. Habla el silencio allí. Un profundo silencio, perenne, denso, repleto, uniforme, reposado. No hay cipreses que alivien el hermetismo del camposanto. Solo sepulcros dolorosamente callados, en los que yacen sepultados los muertos que creyeron y los que no creyeron, sin diferencia de condición.

Aunque sé que los muertos pronto serán polvo, ante esta morada de yacentes vinculados con uno, rezo según mis sentimientos, de fe sencilla. Y medito unos instantes: ¿La vida se vacía enteramente en la muerte? ¿La muerte absorbe la vida por entera? ¿Estas tumbas serán la prisión última de la totalidad del ser? ¿Muerte irreversible? ¿Vida extra biológica? ¿Un nuevo modo espiritual de existencia? ¿Por qué se callan los silencios las cosas que más nos importan? No son cosas que pueda averiguar ahora, hasta su último fondo, lo sé. Acaso después de después, si el silencio no se resiste y no calla, yo sepa algo.

Abierto a que el no ser, sea, pienso que el sentido del ser humano no debería acabar aquí, en este desolado pudridero, sin ecos revividos. Ciertamente, el hombre es un ser natural y físico, pero tiene algo espiritual, con toda evidencia. Mi esperanza es que la muerte no sea solo, no ser; en mí guardo ensueños de venidera palingenesia humana (acepto la inaceptable falta de lógica humana), celeste regalo, así pudiera ser, que presiento posible con la fe del Credo de los apóstoles. Creo en esa promesa advenidera y en que todo llegará para los que saben esperar.

La fe alimenta mi esperanza creyente, que es espera de otra aurora, eviterna. Deseo que las cosas sean como espero. Dios lo quiera así. Mi imagen ingenua de la eternidad es un cielo, estado del ser, sin el poder destructivo del tiempo, sin secretos decisivos, coherente, donde nos abrace el dulce amor misericordioso del Cristo de los Evangelios. ¿Lo que quiero es un imposible, un eterno imposible, un quijotil sueño, un desvarío gigante? Yo llegaré con fe viva a la muerte, con la ilusión del triunfo final. No me gusta esa fatal costumbre de que la gente se muera para siempre. Soy de los que quieren vivir un poco más, más allá. ¡Nuestra vida es un soplo, siendo fin! ¡Ay!, al salir del camposanto me turba una araña espantosa que socaba en la tierra y me lleno de melancolía sin belleza.